Seguidamente
se comenta de manera detallada cuáles son las características de la persona con
deficiencia mental en las áreas cognitiva, psicomotora, de lenguaje, afectiva y
adaptativa. Se debe tener en cuenta que existen diferentes niveles de gravedad
que mediatizan el funcionamiento real en cada una de estas áreas.
1. Área cognitiva
El área cognitiva es la más significativa, ya
que el déficit en la función intelectual es nuclear en la deficiencia mental,
de forma que las clasificaciones de ésta se basan en el nivel de inteligencia.
La función cognitiva permite al hombre conocer,
percibir y ordenar el mundo en su interior. En el caso de las personas
deficientes mentales, se van a presentar dificultades o déficits en el
desarrollo de esta función. La inteligencia y el propio aprendizaje se
encuentran disminuidos si los comparamos con los niveles promedios de cada
grupo de edad. Las operaciones mentales son las mismas pero incompletas y
generalmente no alcanzan los niveles de abstracción. Si bien el déficit
cognitivo está presente desde los primeros años de vida, es en el momento de la
escolarización cuando éste se vuelve más evidente.
Cuando se alcanza la época de la adolescencia,
los déficits cognitivos se traducen en un pensamiento excesivamente concreto,
egocéntrico, con dificultades para la formación de conceptos y para el
pensamiento abstracto.
2. Área psicomotora
El desarrollo de la psicomotricidad también
resulta alterado en el retraso mental, con grados variables de afección según
el nivel de deficiencia intelectual. Los trastornos psicomotores más frecuentes
en los niños con deficiencia mental son: inmadurez, dificultad en el
aprendizaje de los movimientos finos, dificultades en el reconocimiento de las
partes del cuerpo, dificultades en los movimientos gestuales e imitatorios,
rítmias, balanceos, estereotipias, y movimientos coreoatetósicos.
A lo largo del desarrollo psicomotor, el niño va
adquiriendo conocimiento de su propio cuerpo, conocimiento al que se denomina
esquema corporal. A la vez que el niño toma conciencia de su cuerpo, formado
por diferentes componentes y diferenciado del de los otros, toma conciencia del
espacio, ya que la aprehensión del espacio y del cuerpo no son funciones
aisladas sino que se interrelacionan recíprocamente.
Los niños con deficiencias intelectuales tienen
un esquema corporal no tan estructurado e integrado como sería lo esperable por
su edad. Esta mala estructuración del esquema corporal suele provocar déficits
en la relación sujeto-mundo externo que puede provocar problemas en:
a) La percepción, traducido
en un déficit en la estructuración espacio-temporal.
b) La motricidad: torpedad, mala coordinación de movimientos e incorrecta
postura.
c) Las relaciones sociales: el esquema corporal permite identificar el propio
ser y adecuar nuestras relaciones con los objetos y con los demás. Si se siente
inseguridad en un mundo de movimiento, se pueden originar perturbaciones
afectivas.
3. Área del lenguaje
Generalmente los problemas más frecuentes de
lenguaje se producen en el ámbito de la articulación y pronunciación, habla
retrasada, trastornos de la voz y tartamudez. Las alteraciones de lenguaje son
más frecuentes en los niveles severo y profundo, y dentro de ellas las más
notorias son las de articulación. La identificación del tipo de problema de
lenguaje que tiene el niño con deficiencia mental no es fácil; la presencia de
componentes neurológicos y cognitivos complican extraordinariamente el diagnóstico
diferencia).
De todas maneras, los aspectos que más
condicionan el nivel de perturbación del lenguaje de estos niños son las
dificultades en la conceptualización y en el descubrimiento de las estructuras
lingüísticas. Son tres las características que diferencian el proceso de
adquisición del lenguaje en niños con deficiencia:
a) Retraso evolutivo en la adquisición del lenguaje. El desarrollo
del lenguaje correlaciona positivamente con la edad mental del niño.
b) Retraso y menor utilización de las estrategias de comprensión.
Estas estrategias ayudan a la interpretación de los mensajes verbales. Una de
ellas es la de las miradas de referencia: cuando hablamos de objetos presentes,
solemos dirigir nuestra mirada hacia ellos; el niño descubre rápidamente este
hecho y lo utiliza espontáneamente para aprender el lenguaje. Otras estrategias
de comprensión son la entonación, la deducción o el análisis del contexto.
Parece que el niño con deficiencia mental no es tan eficiente en la utilización
de estas estrategias, hecho que provoca que se reduzcan considerablemente sus
posibilidades de aprendizaje verbal.
c) Dificultades en la conceptualización, es decir, dificultades
para interrelacionar conceptos y para combinar palabras y frases construyendo
un lenguaje sucesivamente más rico y complejo.
4. Área afectiva
Podríamos decir que el niño con déficit
intelectual es más vulnerable y está más indefenso a las exigencias de su
entorno. Sentimientos tales como dolor, placer, aburrimiento, diversión,
fastidio, alegría, aflicción, envidia, celos, vergüenza... por supuesto que
están presentes en él, pero la respuesta emocional, mediatizada por la
dimensión cognitiva, a estas vivencias sí que, en general, es diferente.
Al niño con deficiencia mental le resulta muy difícil
la introspección, es decir, poder pensar sobre sus sentimientos, sobre cómo afecta
a su conducta y qué repercusiones tiene en su ambiente.
Son niños con un bajo nivel de tolerancia a la
frustración y una gran impulsividad que fácilmente se dejan llevar por sus
fuertes vivencias emocionales, sin que sea posible el tamiz de lo cognitivo
para atemperarlas.
Sin duda, conocerse emocionalmente,
interpretar lo que se va viviendo y sintiendo, y saber adaptar la respuesta a
cada entorno, requiere de actividades psicológicas especialmente complejas,
capacidades que resultan alteradas cuando existen deficiencias intelectuales.
No es de extrañar, por tanto, que la prevalencia de trastornos mentales y de
conducta en los niños y adolescentes con deficiencia mental se estime de tres a
cuatro veces mayor que la observada en la población general (Rodríguez
Sacristán y Buceta. 1995). Las mayores dificultades para adaptarse al ambiente
y para las relaciones con los otros provocan fácilmente ansiedad y baja
autoestima, derivadas en gran parte de las dificultades para conocer el mundo,
así como establecimiento de relaciones interpersonales inadecuadas como puede
ser la sobre-protección, el aislamiento del mundo o. cuando existe una
afectación importante del lenguaje, formas primitivas de comunicación como
conductas agresivas, auto-agresivas o autoestimulatorias.
Además, no debemos olvidar que cuando hay una
lesión en el sistema nervioso que provoca la deficiencia, esta lesión puede
provocar síntomas psicopatológicos.
5. Área adaptativa:
Es de gran importancia en el desarrollo de los
niños con deficiencia mental la adquisición de hábitos sociales y de autonomía
personal. En el caso de aquellos que están más afectados, porque será uno de
los hitos más importantes en su evolución; y en los casos más leves, porque
será una de las principales garantías de éxito de su integración familiar y
social (Puigdellívol, 1993).
Los hábitos de autonomía (control de esfínteres,
alimentación, higiene personal y vestido) deben adquirirlos todos los niños,
pero en el caso de los afectados con algún tipo de deficiencia mental este
trabajo se alarga mucho más en el tiempo. Ello es debido, por un lado, a la
lentitud especialmente en los casos más afectados) en el desarrollo fisiológico
que retrasa el aprendizaje de la masticación, el control de esfínteres, etc. y,
por otro lado, a las dificultades motoras, especialmente las manipulativas, que
también retrasan de forma considerable la adquisición de ciertos hábitos de
autonomía (atarse los zapatos, uso de los cubiertos, etc.). Pero también
interfieren en gran manera, a menudo, las pautas inadecuadas del entorno para
enseñar estos hábitos, ya sea de sobreprotección (el niño no aprende hábitos
porque ya se lo hacen todo) ya sea de rechazo (se considera una inutilidad
enseñarle).
En cuanto a las habilidades sociales o de
relación, un escenario perfecto para aprenderlas de manera natural es el juego
ya que en él se interactúa con los otros en una tarea compartida. La aparición
del juego simbólico hacia los dos años ya comporta una representación social
del mundo y progresivamente el niño se irá interesando por los otros y por el
juego compartido, aunque no será hasta los ocho años cuando presentará un
espíritu real de equipo y de sumisión a las normas. Todos estos hitos suponen
desarrollarlas habilidades sociales que nos permiten integrarnos en los
diferentes grupos en los que participamos. Pues bien, esta secuencia también se
encuentra retrasada en el niño con deficiencia mental aunque, en general, el
trabajo en esta área puede dar muy buenos frutos e incluso estimular el
desarrollo.